31 de diciembre de 2007

Ciclismo y sexo


Va a comenzar la etapa, aún con los músculos fríos pero con los nervios en el estómago antes de lo que puede ser un gran día. Te preparas, coges la bici y revisas todo: horquilla, sillín, frenos y gomas. Perfecto. Todo en regla.

Comienza la etapa, dura, de las que hacen afición, aún con los músculos relajados que irán poniéndose a tono poco a poco, poco a poco... ¡Salimos! Labio contra labio y rueda contra asfalto. Calor, mucho calor de una tarde de julio que derrite la brea del colchón del Tourmalet.

Al principio suave, sin forzar, que queda mucho... Ahora sí, se acerca la cumbre y la coronas. Después toca bajar, subimos un plato y bajamos un piñón, baja otro, baja más para ponerse a distintos ritmos, distintas velocidad, distintos cuerpos.

Ya estás abajo pero no hay que confiarse. Sería un error consentir una escapada aunque casi sin darte estás llegando. Un kilómetro para la meta y el corazón se acelera porque la victoria, o la derrota, está cerca. Concentración más absoluta, ya no hay espacio para el error. Cualquier imprecisión podría dar con nuestros huesos contra el suelo y a nadie le gusta tener un pinchazo. 500 metros. Lo ves cerca y cambias de ritmo; la carretera te lo pide, el cuerpo te lo pide. 400 metros, muy cerca. 200 metros, te sabes ganador, te pones de pie sobre la bici, miras sin ver y aprietas los dientes. 100 metros, llegas a meta ¡YA! Cierras los ojos y cruzas la pancarta. Éxtasis, euforia, excitación y victoria se juntan.

Llega el momento de disfrutar y destensionar los músculos después de tantos kilómetros de placentero esfuerzo y mucha energía contenida.

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